Punto de Quiebre

…todos tenemos uno.


Cartas sin enviar. No 1

carta

 

Te escribo porque el oficio de poeta me deja pocas rentas y muchas deudas, la mayoría jodidas de honrar. Las calles, todas me parecen un viejo afán de nunca resolver. Al principio, solo al principio resultaba un tanto divertido coger un autobús sin preguntar su destino, adobar mis monólogos con la guitarra que me regalaste y fingir que nunca tendría que cambiarle el juego de cuerdas. Hasta que pasó. Conocí a una mujer, lejos de mis conceptos prefabricados, con una nariz de óleo fresco y cabello alborotado según los contrastes del viento. Resultó que coincidíamos en varios asuntos de la vida, de esos que uno considera por alguna razón desconocida, importantes. Camila trabaja en un chalet de revistas, cerca de la capilla de Santa Marta, en el andén opuesto para ser exacto. Vos sabés que no soy revistero, pero después de haber leído hasta las enciclopedias de recetas y medicina natural que compré, sin darme cuenta, a un vendedor que me tomó por asalto una tarde que llegó a mi apartamento y me interrumpió en mi labor de autosatisfacción; me interesé en una edición de fotografía para “dummies” que avisté, diría yo, casualmente en tal chalet. La fotografía siempre fue lo mío, aunque nunca tuve una cámara para comprobarlo, pero siendo naufrago obligatorio en un planeta desconocido, me vi en la necesidad de cambiar de rubro y pasé del ocio despreocupado e hiriente de los fines de semana a coleccionar las ediciones de la dichosa revista Zoom que tanto me entretenía y me hacía gastar lo poco que no tenía en las mensualidades de la nueva cámara Canon que solicité, a cuenta de un crédito que aún sigo sin entender cómo me lo aprobaron.

Perdón, te hablaba de Camila. Lista como solo ella, natural e indiscutible vencedora de cualquier litigio sentimental si de buscar culpables se trata. Había desnudado ella cada sílaba de los libros de Cortázar que alcanzó a leer, calificándolo de misógino pero entreteniéndose cada vez más en su lectura. Corta el desayuno y el almuerzo convirtiéndolos en tentempiés ocasionales, pues su dieta básicamente se reduce a vinos y cigarrillos de una marca cuyo nombre aún no aprendo a pronunciar.

Te decía, Camila es ahora una buena amiga que me ha invitado al círculo un poco cuadrado de amigos-exnovios-compañeros-vecinos-roommates-etcéteras que viven con ella, o con los que ella vive, no sé. Pero hemos creado un grupo de fotografía, lectura y dibujo espectacular; hemos pensado en agregar otras disciplinas al collado de habilidades y expresiones artísticas que aún nosotros no comprendemos, pero por el momento lo hemos dejado así. Ella y yo sostenemos una relación difícil de clasificar, o de dosificar, no sé. Pero hemos hablado hasta el cansancio de vos, de tus espléndidos destellos de amor, de la forma esa tan tuya de pasearme por el cielo y el infierno el mismo día. En ese orden.

Hubiera querido enamorarme de Camila, pero a ella le gustan más las mujeres como vos que los hombres como yo, y pues desgraciadamente padecemos los mismos gustos. Además aún no entiendo muchas cosas, y claro que no las entenderé jamás (es un alivio, claro), pero sigo pensando en tus ojos y su vacío demencial.

Pero me preguntaba cómo estás, si la parte comercial de la vida tiene sus bondades, si las ofertas de las vitrinas resultan tan buenas como parecen, si encontraste la ciudad donde en cada esquina uno puede subir al coche un amor eterno. Me preguntaba si supiste del amor, de la tremenda satisfacción que produce una sonrisa y las añoranzas que quitan el hambre de una manera bestial. No te culpo, debe ser difícil ir intentando año tras año despertar algún día con el corazón rebosante de amor. Debe ser angustioso, cansado, debe ser algo parecido al matrimonio, a los aniversarios sin pompas y silbatos, a las metas alcanzadas y rebasadas sin darse cuenta.

Te escribo porque no tengo otra manera de tocarte, porque en estas fechas renuevo mis votos de caducidad, celebro la vida usando cigarros como velas y recortando los excesos mis cejas.

Camila dice que debo buscarte, yo digo que debo dejar buscar explicaciones y olvidarte de una buena vez.



Una respuesta a “Cartas sin enviar. No 1”

  1. «Es tan corto el amor y tan largo el olvido»

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